03-02-2008

La decadencia de los Simpsons

Por qué ya nada fue como antes?

Podría ser el tiempo, que por sí solo arruina muchas cosas. Tal vez un “laissez faire” de los primeros, los verdaderos, autores frente a sus posteriores. O quizá era sencillamente imposible mantener intacto tanto trabajo y genialidad al ritmo que el medio televisivo requiere. Lo cierto es que ya nada fue como antes.
El arte y la perfección habían aparecido, finalmente, en la TV. Pocos días faltaban para que comenzaran los tormentosos años 90, y precisamente un 17 de diciembre de 1989, un dibujo animado, cuya única referencias era un corto aparecido en la película “La Guerra de los Roses”, aparecía rompiendo todos los pronósticos de su genero. Con genialidad e inteligencia, un “cartoon”, era destinado a un público adulto, no en edad, sino en mentalidad.
Nadie pudo representar la sociedad contemporánea como ellos. Todos los intentos de describir realidades en la ficción televisiva habían quedado solo en eso: un vano intento. Pero por primera vez la televisión se rebajaba a dar un lugar a la realidad. Y lo mas irónico: detrás de unos desprolijos dibujos y rodeado de un agudo humor.
Sin embargo, con el paso de los años, el fuego lentamente se fue apagando, y en definitiva no quedo nada.
¿Merecen los actuales capítulos denominarse de la misma manera que sus antecesores? ¿Puede tener el mismo nombre aquel hombre sensible, inteligente en lo profundo, y dotado de un enorme amor paternal, que esta persona bruta, cuyas actitudes son mas propias de un ser retrógado que de las de un neurótico jefe de familia occidental?
La critica sarcástica, ingeniosa, y el humor irónico fueron reemplazados por el chascarrillo fácil y vulgar. Aquel pretencioso objetivo, cumplido con creces, de dar una desgarradora muestra de los hombres y sus instituciones fue reemplazada por otro, modesto y pequeño, de provocar la risa fácil y simplista.
¿Es justo que tengan la misma identidad aquel niño problemático, conflictuado pero profundamente perceptivo, que este otro, malvado solo por el gusto de serlo?
¿Como pudo la niña, que encerraba una mentalidad adulta, pasar a ser una estúpida nerd preocupada solo por las notas?
Mirar los actuales capítulos es romper el sacrilegio de los anteriores. Es sepultar aquella vieja magia por un producto mas de la enorme fauna televisiva.
Psicólogos, abogados, maestros, empleados, estudiantes, familiares, todos aparecíamos representados en personajes prototípicos, pero sucedió que éstos adquirieron una identidad demasiado férrea, se volvieron la parodia de sí mismos, y así, ya no importó el personaje emblemático, paradigmático, sino que solo se trató de figuras que pasaron de ser un medio (de representación) a un fin en sí mismas.
La historia se redujo, se convirtió en meta-historia, las magnificas muestras de la familia occidental urbana clásica, representada por los Simpsons, o su contracara, los Flanders, paso a tratarse solo de las pequeñas y sencillas desventuras de los Simpons, o de los Flanders.
Pero el cambio fue paulatino, y sutil, y los límites, imprecisos. No fue de la noche a la mañana, sino que el deterioro fue un lento proceso de putrefacción similar al de una planta que luego de su esplendor comienza, lentamente, a marchitarse.
Después de la primera temporada, comenzó lo que denomino “la edad media”: la crítica comenzaba a dejarse de lado, pero el humor continuaba siendo inteligente, y del bueno. Aún con esta notoria falta seguía dando gusto esperar los días martes, descolgar el teléfono y sentarse junto a algún bocadillo a presenciar lo que quedaba de aquel arte audiovisual.
En un principio fueron los dibujos mismos, aquella inusitada artesanía animada que transmitía un aura única en la industria de los “cartoons”, fue reemplazada por otro en serie y computado cuyos colores y delineo poco tenían ya de originales.
Luego los detalles: miles de ellos, en dibujos y diálogos, aparentemente secundarios y solo advertibles mediante la continua y detallada inspección de todos los capítulos en su determinado orden, comenzaron a notarse por su ausencia.
Y la decadencia de los Simpsons no se detuvo, sino que de hecho se acrecentó a pasos agigantados.
¿En que momento firmaron sus certificados de defunción? Es difícil señalarlo, pero a partir de un punto no hubo retorno.
Y quedaron las ruinas, los fantasmas, pero con una misma presentación y simulando ser los originales. Y es que en definitiva solo ellos fueron capaces de eclipsar su enorme y genial estrella.
¿Que fue lo que quedo entonces? Tal vez la reafirmación frente a la diferencia. De ahora en más podría saberse a quienes estuvieron dedicados aquellos primeros capítulos, no mas de un puñado de cientos de personas en todo el mundo, aquellos que podrían advertir las diferencias, quienes se autodenominaran “entendidos” de los Simpsons, deberían ser, a su vez, los primeros en detectar su tremenda metamorfosis, y así, descalificar los actuales.
diecisiete temporadas al aire son demasiado, incluso para la que es calificada como la mejor serie animada de la historia. No en vano el mismo Matt Groening ha dejado poco a poco de colaborar con los guiones… y se ha notado.
La decadencia fue paulatina. Casi como sin querer, la crítica social aguda que era capaz de reírse incluso del mismo dueño de la Fox, Rupert Murdoch, fue dejando lugar al dócil humor de situaciones, ese que se encuentra en abundancia en cualquier serie gringa de tercera. Porque el secreto de su éxito estaba en la representación casual, pero fiel, de la familia moderna.Pero fueron domesticados. En lugar de reírse de los poderosos, comenzaron a auto parodiarse a sí mismos. En lugar de ser el espejo de la sociedad, se convirtieron en un anecdotario familiar insípido.Porque no vamos a comparar al Homero original, ese ser de inteligencia intuitiva, profundo en sus sentimientos paternales, con el bruto “mono sapiens” de las últimas temporadas. Para qué decir Bart, ese niño conflictivo, observador y sensible, que involucionó a una burda caricatura de Daniel el Travieso.Las voces ya son cualquiera y encima están cada día más politizados.
Con la aparición de American Dad, y la consolidación de Family Guy, la televisión quiere encontrarle sustituto a la hegemonía de The Simpsons.
Después de dieciocho temporadas (que suman 400 capítulos y casi dos décadas en antena), las malas lenguas aseguran que la comedia animada The Simpsons ya no sabe de qué forma hacernos reír.
A finales de 1989, cuando la Fox aceptó emitir un dibujo animado para adultos, en horario central, en donde se criticaba con inteligencia el modus vivendi usamericano, no existían muchas cosas que hoy son habituales. Entre ellas, no existían los dibujos animados para adultos en las televisiones occidentales.
Nadie en el mundo sospechaba que un ser humano grande, junto a su hijo pequeño, podía sentarse a ver unos dibujitos amarillos y disfrutar (ambos) como un cerdo y un gorrino, respectivamente. No había nacido una nueva serie: había nacido un género de ficción. Algo que ya no podría morir y que, de a poco, comenzaba a ser patrimonio de la cultura universal. Como el cuento de detectives y su lector. Porque en 1989 nacía también el espectador adulto que ve dibujos animados sin culpa ni vergüenza. Una actividad hasta entonces clandestina que sólo se permitían los frikis, los japoneses y los enfermos mentales.
Family Guy está muy bien, es cierto. American Dad comenzó con mucha fuerza. También es verdad. Pero todo lo que ellos hacen y dicen nos remite a la familia de Springfield; cada cosa que ocurre en las nuevas series animadas con núcleo familiar nos recuerda que crecimos con The Simpsons, que nos atragantamos de risa con ellos, que practicamos arriesgadas maratones de 48 horas y fuimos capaces de ver cincuenta capítulos sin dormir, drogados y babeando en un sofá.
Matt Groening nos enseñó a ser otra clase de televidente: más exigentes, más necesitados del humor sutil, mejor preparados para la barrabasada y el delirio.
Los estamos dejando con cierta tristeza, es cierto; nos duele reconocer que los nuevos capítulos no nos descolocan el tórax como antes.Pero no deberíamos perder de vista, nunca, que los hemos visto nacer, que fuimos contemporáneos de su revolución argumental y que, semana a semana, desde que éramos chicos, el mundo fue un lugar mejor cuando en la tele aparecía un cielo azul salpicado de nubes blancas.
Nunca más reiremos como entonces, con esa carcajada nueva. Pero eso no es culpa de nadie: es que ya no somos inocentes.
Antes se tocaban temas de familia: había problemas de pareja, peleas entre hermanos, había críticas sociales.Ahora los veo totalmente superficiales, básicamente es ver a Homero haciendo de estúpido.
Además de que, a mi parecer, el doblaje de Los Simpson ha bajado mucho desde que se fueron Carlos Revilla (Voz de Homer y director de doblaje de la serie) y Ángel Egido (voz del abuelo Simpson) por los fallecimientos de ambos, Pedro Sempson (Voz del Sr. Burns), Claudio Serrano (Voz de Otto) y Eva Díez (Voz de Milhouse), la serie también ha perdido mucho en calidad. Me gustan mucho más los capítulos antiguos que los nuevos .
éstos son bastante mediocres, con un Homer que es un tonto sin corazón (porque antes llegaba Marge con "Homer, por lo que más quieras... no lo hagas... por mi" y se arrepentía; sin embargo ahora todo lo hace con maldad y Marge incluso le apoya); Barney ya no es un borracho; Marge ya no es una madre que hace sentar la cabeza a toda la familia, y no representa la moralidad yankee de antaño; el Sr. Burns se comporta como un chaval de 30 años en lugar de un anciano cascarrabias y anticuado de 104 años; sólo salen famosos (peloteo absoluto, antes era menos habitual, y ahora es continuamente) y en casi todos los capítulos viajan a alguna parte, con los famosos ya citados incluídos.
El doblaje, como he dicho antes, ha perdido muchísimo. No es por nada, pero la voz de Carlos Isbert (nueva voz de Homer) no le pega en absoluto al personaje de Homer. En la V.O de la serie, tiene una voz muy parecida a la de Revilla, un tono más o menos grave; sé que no es fácil encontrar a un sustituto, pero digo yo que podrían haber cogido una voz lo más parecida posible, que no igual porque no se puede, pero.... Luego, la voz del Sr. Burns (lo siento, no sé como se llama el actor) no es tan afable ni tan melódica como me parecía la voz de Pedro Sempson, además de que ya no utiliza las palabras o frases anticuadas como aquello de: "Mozo, envíe este autogiro al consulado de Prusia en Siam... ¡rápido!" ; "Joven, rellene el depósito de mi automóvil con petróleo destilado"(lo mismo es por las exigencias del guión en la V.O) . A Claudio se le echa de menos como la voz de Otto, esa voz tan "heavy metal" con "¡Viva los Led Zeppelin!" , "¡Jo, Bart, tío!" y demás frases que siempre se recuerdan. Eva Díez como la voz de Milhouse, pues lo mismo: Milhouse era más entrañable aunque con ganas de darle una paliza. Y por último Ángel Egido, con Smithers y el Abuelo... sobre todo la voz del Abuelo Simpson era genial, vamos, una voz de auténtico abuelete."

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