16-02-2008

Mi mascota es un monstruo

No soy muy amigo de la distinción tajante entre películas para niños y películas para adultos, y me senté a ver Mi mascota es un monstruo dispuesto, simplemente, a ver una buena cinta. The water horse es, de principio a fin, una cinta redonda. Una serie de características que van desde la producción (es coproducción anglo-americana) hasta las locaciones, pasando por la historia misma, la transforman en un buen paquete. Filmada en el mítico Loch Ness, en Escocia, retoma la la legendaria fotografía tomada al monstruo de ese lago, supuestamente a principios de siglo, para darle un giro y mostrarla desde otro punto de vista, a partir de la creencia celta en una criatura llamada caballo de agua y de una nueva actualización de la misma. Todo esto, con música escocesa y actores escoceses, o que parecen escoceses. Como decía, un buen paquete.
Todo comienza en la actualidad, en un pueblo a orillas del lago Ness, cuando un par de mochileros se detienen en una posada. De improviso, y mientras contemplan la fotografía del monstruo del lago colgada en la pared, son interpelados por un viejo (Brian Cox) que, sentado en una de las mesas, les propone contarles la historia de esa fotografía. En ese momento, somos trasladados a los años de las Segunda Guerra Mundial, e introducidos en la vida de Angus, un niño que espera el regreso de su padre desde el frente de batalla. Ya se ha hablado del resto: un día, Angus, que le teme al líquido elemento, pero que a la vez siente una extraña fascinación por él, encuentra en la playa un misterioso huevo que, al día siguiente, da paso a una simpática criatura traída ante nuestros ojos merced a la magia del CGI.
Mi mascota es un monstruo es una película entretenida y visualmente atractiva, aunque si uno ha visto un par de películas en su vida, los giros del guión, algo obvios, pueden hacerla absolutamente predecible. Quiero decir con esto que, como película de aventuras, apenas sobrevive, aunque si uno va dispuesto a pedir poco, como siempre, puede quedar contento. En otras palabras, creo que los adultos que acompañen a sus hijos a ver esta cinta, no se van a entretener demasiado.
Angus, que vive con su madre y su hermana, verá trastornada su vida, no sólo por la presencia de su pequeño amigo, sino por la sorpresiva llegada de un regimiento del ejército escocés (o británico) que viene a cuidar el lago, supuestamente, ante la amenaza de submarinos alemanes. Como he dicho, el guión está plagado de elementos que anticipan de forma impecable el derrotero de la historia, a la vez que entretienen, pero a mi juicio esta solidez termina por transformarse en una nueva repetición del eterno canon de un cine para niños que no sé si sobreviva mucho.
Junto con el regimiento, que traerá una que otra sonrisa a los adultos que se encuentren en la sala, llega a la casa de Angus y su familia, un plomero (Ben Chaplin), quien tras un par de roces con Angus, terminará haciéndose su compinche en la difícil tarea de mantener la presencia de Crusoe (el nombre que Angus le da al monstruo) escondida. Mientras avanza la historia, Angus tendrá que ir asumiendo la posibilidad de que su padre no regrese de la guerra. Una especie de doble lección valórica y psicológica acerca del saber ’dejar ir’, no sólo a su padre, sino también al monstruo.
Esperé que ciertos guiños se convirtieran en pistas falsas. Esperé que los personajes que se anunciaban como ’malos’, lanzando una macabra mirada a la cámara, no lo fueran finalmente. Y que los que era obvio que se iban a tranformar en ’buenos’ no lo hicieran. En vano, pues al final ocurrió todo lo que se veía iba a ocurrir. The water horse no logra sorprender, sumergiéndonos en una forma de ver cine (reconozco mi derrota) ciertamente adolescente, o de plano infantil. No queremos que nadie dañe a Angus. No queremos que nadie dañe al monstruo. Queremos que Angus y el monstruo sean amigos y vivan felices para siempre. Y cuando nos dan eso, nos quedamos contentos.
Los efectos visuales son buenos, y en general logran transmitir, junto con un sonido impecable, la atmósfera en que se desarrolla la acción, sobre la superficie del agua y bajo ella. Se notan, a pesar de esto, algunas imperfecciones en el CGI. Al parecer, se trata de una tendencia extendida el querer lograr escenas que, a pesar de todo el avance tecnológico, no quedan bien. Sin querer achacar esto a The water horse, creo que en general se echa de menos el uso responsable del CGI en el cine actual. En Jurassic Park no se ven este tipo de errores, en parte porque Spielberg trabajó con los mejores diseñadores y equipos de la época, pero también en parte porque no pretendió filmar escenas demasiado difíciles, en donde la interacción con actores reales u otras situaciones pusieran en riesgo la calidad del producto final.

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